Triste soledad

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“Escucho palabras, un balbuceo, un hueco…un cuerpo.”

El amor, podría ser, la cosa más compleja en este mundo, es un sentimiento universal que es tan personal que pocas veces logramos hacer que el otro lo comprenda y eso sucede porque todos amamos de diferentes maneras y esperamos recibir lo mismo a cambio, algo que sin duda nunca pasará. Entonces pues, sucede que encontrar a tu media naranja es tarea complicada, abrumadora y muchas veces desalentadora, tal vez sea tiempo de dejar de buscar a una mitad igual y comenzar a buscar una mitad distinta, una que nos permita acabar con la triste soledad.

Julián Hernández es un director mexicano bien consolidado y reconocido, a pesar de contar con solamente 3 largometrajes (contando al que se hace referencia en este texto) ha creado un sello característico que atrapa nuestra mirada y atención, como hiciera hace algunos ayeres con su cinta Rabioso sol, rabioso cielo. Querido o no por sus excesos o libertades Hernández es sin duda una figura en el cine nacional que demanda que su trabajo sea visto.

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Yo soy la felicidad de este mundo constituye el tercer filme de Julián Hernández y aborda la historia de Emiliano (Hugo Catalán), un documentalista que se encuentra trabajando en una película sobre bailarines, en la cual conocerá a Octavio (Alan Ramírez), un estudiante de danza, ambos sentirán una atracción por el otro de inmediato, la sensualidad y el deseo vuela en sus miradas y serán las encargadas de guiar el encuentro. La fórmula es básica y conocida, pero Hernández cambia el fondo y lo texturiza a manera de un delicado baile que realiza con la cámara.

La película se encuentra dividida en 3 momentos perfectamente definidos, el primero es la historia de Emiliano y Octavio, el segundo es un cortometraje experimental (supuestamente realizado por el documentalista externando sus deseos) y el tercero nos lleva de vuelta a la pareja principal pero ahora habrá un tercero involucrado. La historia de “amor” que se nos presenta no sigue una línea definida y eso provocará que la atención del espectador pueda divagar ante la cantidad de elementos presentados.

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El momento más bajo de la cinta llega justo a la mitad, la inserción de una segunda historia (el cortometraje) que si parpadeaste en algún punto no sabrás como ligar al relato original. En esta sección observaremos como el deseo se apodera de la razón de tres individuos que al inicio se mueven con cautela e irán creciendo hasta concluir en secuencias en las que el hombre encara su lado más animal y la da rienda suelta al desenfreno sexual, ellos no hablarán, el acto será guiado por una voz en off que recita palabras que simplemente no hacen match con las imágenes.

Yo soy la felicidad de este mundo rompe el molde narrativo y se olvida por completo de dotar al relato de cohesión, las interacciones se sienten aisladas y si hablamos de la forma en que las temáticas convergen necesitaríamos una guía bien definida para conocer la ruta. El experimento continúa con la cámara que se mueve grácil como los danzantes que conocemos al inicio, sus técnicas funcionan al momento de dar perspectiva e generar una atmósfera por instantes más íntima y desolada, pero para otros es demasiada coreografiada y artificial.

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Pareciera que Hernández apuesta por una propuesta puramente visual, pues los cuerpos desnudos son los verdaderos protagonistas, el deseo toma forma humana de una manera desmesurada, pero el director olvida por completo la complejidad de los personajes que ha creado, el conflicto se vislumbra pero todo se resume en la fisicalidad de la cinta, el desnudo y el sexo son gratuitos y fáciles como un one night stand.

Yo soy la felicidad de este mundo abre muchas puertas a través del cuerpo y el deseo, pero se niega a atravesarlas. El vacío y la sensación de desesperanza que se puede percibir en los personajes es real, también lo son las tímidas sonrisas que llenan la pantalla y aquel susurrante te quiero que teme no ser correspondido. Son las pequeñas cosas las que se vuelven más complejas y que se dejaron abiertas e inconclusas. Hernández acierta en dibujar los bocetos de sus interesantes personajes, todos, como Shakira, buscando un poco de amor, pero el tiempo y los diferentes anhelos se interponen en su camino, parece un mundo desolado y lo es, sin nada más que la triste soledad, si yo soy la felicidad de este mundo no me quiero imaginar cómo están los demás.