“It’s not that easy growing up to be the man you want to be.”
Desde pequeños nos enfrentamos a una pregunta fundamental que determinará nuestro futuro: ¿qué quieres ser de grande? Cuando la familia, maestros o cualquier individuo nos cuestiona con esa interrogante solemos responder sin saber bien el significado de las palabras que salen de nuestra boca. La respuesta puede cambiar con el pasar de los años hasta que finalmente lo logramos, nos convertimos en adultos, pero muchas veces nuestra realidad se encuentra por demás alejada de aquel anhelo que pensamos sería nuestra vida de mayores.
Hirokazu Kore-eda es un director que nos regala pequeñas, pero majestuosas obras que nos gustaría preservar por siempre en la memoria. Sus cintas encierran verdades universales expresadas en las más simples palabras y es por eso que logran un tremendo impacto en el espectador. Umi yori mo mada fukaku (Tras la tormenta) es quizá una de sus cintas más íntimas y poderosas.
Ryota (Hiroshi Abe) es un hombre divorciado que es adicto a las apuestas. Tiempo atrás su vida lucía prometedora, había ganado un prestigioso premio por una novela que escribió y vivía con su esposa Kyoko (Yoko Maki) y su hijo Shingo (Taiyo Yoshizawa), pero ahora es incapaz de trazar palabra alguna o de pagar la pensión alimenticia que le permite ver a su primogénito. Ryota se gana la vida trabajando como detective privado (fingiendo que se encuentra ahí para inspirar su próxima obra literaria), chantajeando a sus clientes y robando cosas de su difunto padre en la casa de su madre Yoshiko (Kirin Kiki).
A medida que vamos conociendo la forma en que Ryota opera se hace evidente la inmensa tristeza y desesperación que siente por recuperar lo que un día no supo apreciar y verá en una tormenta la oportunidad de tener todo lo que quiere bajo la seguridad de un techo una vez más.
Kore-eda trae a colación absolutamente todos los temas que se han convertido en su firma cinematográfica, los mezcla y juega con ellos, moldea a sus personajes de una manera detallada logrando una oda al hombre común, aquel que puede ser tu vecino y en su desgracia encuentra la forma de hallar la sonrisa tímida. La brutalidad de la cinta recae en lo cercana que se vuelve a medida que avanza, llenando la pantalla de una sensación agridulce que no puedes parar de observar.
Los elementos necesarios para orquestar un drama digno de telenovela están servidos, pero el director decide tomar otro camino, uno mucho más discreto y elegante que se apega a la realidad, nos regala un encuentro contemplativo de una intensa tragedia que no necesita de gritos y berrinches para convencer, le da un acercamiento poético a su historia, en el que su belleza solamente se equipara con la inmensa tristeza que se aprecia en los rostros.
La tremenda historia de Tras la tormenta no lograría el impacto que tiene de no ser por la combinación del trabajo de Kore-Eda con algunos de sus actores regulares y su impecable trabajo. Hiroshi Abe es sin duda el pilar que sostiene la cinta, el histrión hace magia con las expresiones faciales que engalanan cada emoción de su personaje, por su parte Kirin Kiki le da al film una peculiar dulzura y los toques de humor que hacen de la experiencia un verdadero gozo.
El pasado y las oportunidades del futuro son temas que ocupan nuestro pensamiento en todo el tiempo, pero son pocas las ocasiones en que realmente nos detenemos a apreciar el momento en que vivimos, somos consciente de ello hasta que es demasiado tarde y es en esa nostalgia en la que Tras la tormenta echa sus raíces; son la desgarradora agonía del día a día y la desesperanza de seguir un futuro incierto las verdaderas protagonistas que aterrizan sutilmente en cada escena.
¿Es posible recuperar el tiempo perdido? No, lo que un día fue no será y solamente nos queda recordar, una vez que se asimila eso la dolorosa aceptación del adiós se convierte en una funesta satisfacción que no es posible describir. Kore-Eda maneja con elegancia temas devastadores y logra encontrar la belleza en los pequeños detalles que hacen que todo lo vivido valga la pena.
Tras la tormenta nos muestra una melancólica realidad, una en la que sin duda los truenos no cesan y el panorama no es nada alentador, pero al mismo tiempo invita a contemplar toda la belleza que nos rodea y una vez que seamos capaces de comprender que es necesario encontrar la felicidad con lo que tenemos y dejar de pensar en aquel futuro color de rosa que imaginamos para nosotros, tal vez sea en ese instante que descubramos que la tormenta pasó hace tiempo y podemos salir de nuevo al sol.