El último adiós

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Unpredictable. And yet…it´s just a family meal…not the end of the world.

La familia es el pilar de nuestra sociedad, se nos ha formado para creer con convicción dicha afirmación, que muchas veces cuestionamos en nuestras cabezas. Es evidente que no todas las familias son iguales y que todas distan de ser perfectas, la combinación de seres humanos que tienen será la que determine la afinidad o fricciones que se generen al interior de ella. Nadie escoge en que núcleo familiar nacer, pero sí tenemos la opción de modificarlo, aguantarlo, disfrutarlo o escapar de él.

Mucho se ha hablado de la más reciente cinta del director canadiense Xavier Dolan. Una vez más entrega una cinta divisiva que se ha encontrado con los más terribles enemigos pero también ha encontrado su nicho y algunos aliados.

Juste la fin du monde supone una ambiciosa propuesta que el canadiense logra manejar de buena manera. La historia nos sumerge de inmediato en la agobiante realidad de Louis (Gaspard Ulliel) que se ve forzado a visitar a su familia, después de haber huido de ellos, para anunciar que va a morir. No sabemos que enfermedad padece, sin embrago Dolan nos deja pistas a lo largo del camino, y a final de cuentas dicho padecimiento es solamente un vehículo para entrar en una explosiva dinámica familiar.

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Al conocer a la familia del protagonista cualquiera comprende las razones que lo orillaron a huir de su hogar y no mirar atrás jamás, pero ahora que se ve forzado a pasar una tarde, que parecerá eterna, con su madre y hermanos su pasado volverá a su cabeza y lo alterará de manera inimaginables ¿Cómo anuncias tu muerte?

La mamá (Nathalie Baye) es una mujer, que como buena madre, tiene un sexto sentido que le permite entender que la visita de su hijo no es casual y mucho menos social, sabe que algo anda mal, sin embargo prefiere hacer que su hijo guarde silencio, prefiere no escuchar las palabras que la condenaran a privarse de su presencia y tarjetas de cumpleaños. Si no sale de los labios seguramente no robará el último aliento.

Antoine (Vincent Cassel) es el irritable hermano mayor, es más volátil que cualquier material explosivo, su carácter sirve para alejar al mundo de su alrededor, es un mecanismo de defensa que le ha permitido sobrellevar la linealidad de su vida, una sin riesgos y sin curvas, una vida predecible que seguramente lo llevarán a un final todavía más imaginable. Antoine martiriza a su esposa Catherine (Marion Cotillard) le niega cualquier dejo de felicidad al que pueda aspirar. La mujer es todo lo contrario a su marido, su compasión le permite comprender las carencias que sufren los que la rodean y le permite ver más allá de lo que las palabras dicen.

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Suzanne (Léa Seydoux) es la hermana menor y casi no tuvo la oportunidad de convivir con Louis. Ambos hermanos casi no se conocen, la primera idolatra al segundo, conoce a un Louis que vive en la tinta de los artículos que escribe, admira a un hermano que supone la única esperanza de escapar de un lugar la que parece estar destinada de por vida.

Dolan opta por encerrarnos junto con la familia en las cuatro paredes de la casa de locos en que vivimos por una hora y media. La claustrofobia que se desata sobrepasa la pantalla y nos transmite sus malestares. La atmósfera creada por el director es perturbadora pero enigmática.

Los acalorados diálogos que bombardean nuestros oídos son incansables, es difícil comprender lo que sucede cuando todo el mundo se encuentra gritando a intensos decibeles, pero al mismo tiempo ese caos es precisamente lo que se intenta mostrar, la realidad que nos quieren dar a conocer.

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Juste la fin du monde nos muestra que el pasado no siempre es sinónimo de nostalgia, regresar en nuestro andar para un ¿ansiado? reencuentro no siempre nos dará los resultados esperados. Haber abandonado por completo y por tanto tiempo un sitio no siempre le da la oportunidad de haber cambiado. La verdadera tristeza se hace presente cuando descubrimos que todo permanece, nada se ha inmutado desde la partida. Lo bueno sigue ahí, escondido sí, pero presente y lo malo es lo que salta a la vista, es lo que se  mantiene estático. Nada cambia…o tal vez nosotros no hemos cambiado del todo.

Dolan no otorga protagonismos en Juste la fin du monde, todos sus personajes tienen su tiempo, nadie lleva la batuta como en una verdadera familia. El director ha logrado extraer de sus actores las emociones necesarias para cautivarnos y enloquecernos, destaca el trabajo de Marion Cotillard, su personaje se vuelve la única válvula de escape que tiene la olla exprés en la que nos encontramos, misma que siempre parece estar a punto de estallar. Cotillard imprime ternura en un mundo que se ha olvidado de ella, un sitio en el que siempre será ajena. El trabajo de Vincent Cassel es una bomba, sus cambios de humor y su agitado temperamento son los encargados de llenar de tensión y angustia cada minuto del relato.

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Cada uno de los personajes parece estar en una intensa agonía por una u otra razón, todos se encuentran en un barco en llamas, cada quien vive su propio fin del mundo interno y lo afronta de la manera que puede, es un cataclismo que destruye la frágil estructura con la que se ha forjado la vida de cada uno y que amenaza con no dejar vestigios de lo que un día fue.

L’enfant terrible acompaña sus secuencias con una banda sonora muy ad hoc con su estilo. La cultura popular se ha ce presente en una historia, que por su naturaleza, resulta fascinante para el director y eso se percibe en cada cuadro. Cada miembro de la familia tiene sus acordes y su melodías que acompañan sus emociones, razón por la cual cuando I miss you de Blink 182 suena en una secuencia entre Louis y Suzanne podemos comprender exactamente lo que ambos sienten y que comparten con nosotros. Dolan también ocupa la música para brindar momentos de alivio y descanso, por ejemplo el baile que protagonizan Seydoux y Baye al ritmo de Numa Numa es hilarante, refrescante y alegre. A través de conjugar las imágenes con la banda sonora, Dolan obtiene resultados sorprendentes que elevan las sensaciones de sus secuencias, como sucede con la electrizante escena musicalizada con Natural Blues de Moby.

Juste la fin du monde es un recorrido concluyente, no habrá retorno, es un último adiós para después desaparecer. Las palabras no llegan a la boca cuando los oídos se encuentran cerrados, la falta de comunicación que se ha forjado a lo largo de años imposibilita la comprensión y la empatía por el otro. Una mirada, un silente susurro, un lejano recuerdo dice todo lo necesario, los gritos se ahogan en la profunda desesperanza y la soledad que anuncian que lo que vemos, lo que vivimos, no es más que el fin del mundo.