“The prpblem is you´re a little anxious, you´re a bit tense.”
Lampedusa es una pequeña isla italiana, uno de los territorios más alejados del país y más cercanos a sus vecinos del sur. En los meses pasados la isla se ha convertido en un foco de noticias internacionales, pues sus costas reciben a cientos de migrantes constantemente, gente que huye de la violencia, que escapa de su realidad en busca de algo mejor, en busca de sobrevivir.
La inmigración es un fenómeno que se vuelve cada vez más común, para nosotros es un tema recurrente y que compartimos con en ambas de nuestras fronteras, cada una con una con problemáticas distintas, pero con los mismos actores y las mismas acciones. El suceso no es exclusivo de nuestra región se da en todo el mundo y la migración al viejo continente ha mostrada escalas monumentales. Lampedusa es el cuello de botella para muchas personas que intentan escapar y entrar a una nueva vida.
Fuocoammare retrata la situación migratoria actual que se vive en Europa y al mismo tiempo nos muestra la vida de Samuele un niño italiano (que se expresa de una manera muy adulta para su edad) y su cotidianeidad con todo lo que eso conlleva.
Gianfranco Rosi entrega un documental con dos líneas claramente establecidas, por un lado tendremos a los habitantes del poblado y por el otro tendremos la situación de los migrantes. Ambas convergen por momentos, pues sus vidas comparten escenarios, aunque iguales en lo físico muy distintos en el fondo.
Los momentos en los que conocemos al grupo de personas que habitan la isla tienen todo el tiempo la presencia de las atrocidades que pasan en la costa y más allá en el mar abierto. Las noticias lo dicen mientras una mujer cocina, la radio lo anuncia, pero los individuos parecen no inmutarse, son conscientes de la situación pero han decidido mantenerse como nosotros, como espectadores.
Cuando Rosi filma a los migrantes no se tienta el corazón. Las imágenes que se muestran en pantalla son crudas, la muerte está presente en todo momento, el sufrimiento y la desesperación son palpables. Vemos las condiciones en las que viajan las personas, no es necesario que alguien nos lo narre, las imágenes hablan por sí mismas y el resultado es mucho más devastador.
Samuele pasa sus días entrenando con una resortera, el pequeño no es hábil para el negocio local (la pesca) a pesar de que lo intenta parece no tener éxito. Su niñez se verá marcada por el contexto, la tensión viaja en el aire y aunque los habitantes no lo perciban, a primera vista, lo resienten. Samuele tiene algunos de los mejores momentos del documental, es nuestro protagonista y no queremos perdernos ningún detalles de lo que hace. Sus males, como su ojo cansado, al igual que sus descripciones y sus palabras denotan que su alma es vieja pero llena de inocencia.
Los habitantes tienen una voz cantante en el relato (Samuele), mientras que los recién llegados carecen de ella. Vemos muchos rostros, pero no conocemos ningún nombre. Una vez que las personas son rescatadas y desembarcan dejan su pasado atrás, pero también se olvidan de su identidad y son marcados con un número que supone el inicio de una nueva vida. La deshumanización es ahora el nuevo problema que se enfrenta.
Fuocoammare se conforma de momentos y son los pequeños los que trascienden generando un impacto intenso. Destacan ambas anécdotas en las que se involucra el título de la cinta, la primera en referencia a la conocida canción homónima y la segunda sobre los torpedos lanzados en la guerra que iluminaban el basto océano. A través de una poderosa secuencia en la que un grupo de refugiados narra/recita/canta su viaje podemos sentir la fiereza del filme, ellos ahora pueden contar al unísono las terribles experiencias que vivieron, pues se han convertido en parte de ellos, las llevan tatuadas por todo el cuerpo y ahora nosotros las conocemos gracias a Fuocoammare.
Rosi realiza un acercamiento peculiar a sus personajes y esa es su principal fortaleza. El talento del director se ve en cada toma, todo lo que muestra, todo lo que no. Lo que escuchamos y lo que nos dice el silencio, la cinta constituye una declaración, una demanda y todos debemos responder a ella.
Nos queda claro que el mar es un lugar peligroso, un ambiente hostil e inclemente con sus visitantes. El viaje para atravesarlo constituye una serie de peligros que solamente se pueden correr en la desesperación. Es un recorrido con un inicio definido, pero un final incierto, el destino es claro pero no siempre alcanzado. El panorama es poco alentador cuando hay fuego en el mar.
Las imágenes se mezclan, las realidades que vemos en pantalla son paralelas. Vemos vida como vemos muerte, observamos las tragedias que se viven día a día en los escenarios mostrados. Los problemas de cada realidad son muy diferentes, pero igualmente válidos, igualmente devastadores.
Fuocoammare llega en el momento preciso es emocional y personal. Es imposible que alguien salga de sala sintiendo indiferencia ante el golpe de realidad que impacta tan fuerte que no permite respirar.