“You don’t have to run anymore, Pete. You can stay with us.”
En los últimos años Disney se ha dedicado a transformar sus clásicos animados en cintas live action, algunas de las adaptaciones han sido más exitosas que otras, pero si en algo se puede estar de acuerdo es que la casa del ratón ha ido perfeccionando su trabajo y con cada entrega obtenemos un mejor producto.
Pete’s Dragon es la adaptación de la, no muy conocida, cinta de 1977 del mismo nombre. David Lowery es el encargado de revivir una de las pocas películas de Disney que no cuentan con una historia grabada tan intensamente en la memoria colectiva de la gente y la elección de director, al igual que la de película a realizar fue una echa a la medida que entrega uno de los resultados más conmovedores y sinceros de la casa productora en años.
La película comienza con un prólogo en el que Pete, de cuatro años, viaja con sus padres al que sería, sin saberlo, su próximo hogar. Un terrible accidente deja al niño huérfano de un momento a otro y debe internarse en el bosque, lugar en el que descubrirá que no es la única criatura que ha quedado sola varada en ese lugar. La secuencia, de no más de cinco minutos, está filmada con una tremenda delicadeza y sensibilidad y nos adentra de lleno a la promesa que el niño nos hace mientras va en el auto “vamos a una aventura”.
Después de conocer a los protagonistas entramos de lleno a la historia, que toma lugar 6 años después de los sucesos observados al inicio. El imponente dragón verde, Elliot, sigue como un perro a Pete (Oakes Fegley) mientras corren por el bosque a toda velocidad. La relación que ambos tienen es especial y lo podemos apreciar a través de la pantalla, son dos seres que se tienen únicamente el uno al otro, no son amigos son familia. El hogar de los protagonistas se encuentra en el corazón del conglomerado de árboles, pero es sólo cuestión de tiempo para que alguien los encuentre, pues una compañía está talando todo lo que ve a su paso a gran velocidad.
Nos enfrentamos a una cinta Disney como ninguna otra, Lowery recibió un presupuesto, que posiblemente fue mayor al que utilizado en toda su filmografía y hace valer cada centavo, la gran ventaja es que el director se mantiene fiel al estilo de cine independiente que lo ha caracterizado y el híbrido que se forma es una maravilla. Cada secuencia nos hace comprender la importancia de la relación entre Pete y Elliot para cada uno de ellos, nos recuerda lo indispensable que es la imaginación, pero aún más importante la necesidad de creer.
El guión es apacible, nos da tiempo de adentrarnos en el bosque y conocer a fondo a sus protagonistas, le otorga un lugar de honor al silencio para centrar nuestra atención en lo que de verdad importa, la película es consciente de su propio ritmo y la forma en que nos maneja para llevarnos al lugar en el que nos quiere tener. Oakes Fegley fue dirigido a la perfección y encarna toda la vulnerabilidad que puede existir en un niño pero con el aplomo necesario para cargar la cinta en sus hombros.
Elliot fue construido con uno de los más asombrosos trabajos de CGI, cada detalle del dragón es cuidado de manera impecable, cada vez que vuela por los cielos nos asombra y nos deja en las nubes. Nada del trabajo técnico hubiera servido si el personaje no tuviera un corazón propio con el que nos conquista a cada salto que da, es una esponjosa criatura verde a la que quieres abrazar y no dejar ir nunca.
La banda sonora se conjuga de manera increíble con las sensaciones que las imágenes despiertan en nosotros, cada acorde se carga de emotividad mientras se pierde con los sonidos del bosque que nos recuerdan la apacibilidad que se vive en el lugar mágico que se extiende ampliamente ante nuestros ojos.
No todo podía ser perfecto en la vida de Pete y Elliot, pronto las amenazas derrumban las puertas de su hogar y se verán separados por la fuerza del hombre. Pete deberá reincorporase a la sociedad mientras que las personas mirarán con asombro a la criatura que creían sólo podía existir en los cuentos de hadas. El tercer acto ejemplificará la bondad de un ser humano pero también dejará al descubierto la avaricia que puede invadirlo.
Karl Urban tendrá el papel antagónico hacia el final de Pete’s Dragon, pero su personaje parece más bien un esbozo de “villano” que carece de motivaciones reales y convincentes que justifiquen su actuar. A pesar de que el personaje podría parecer sobrado no entorpece el desarrollo de la historia, solamente parecerá fuera de lugar en algunas secuencias del clímax.
Pete’s Dragon celebra a la familia, también celebra todos los valores que tanto se ha empeñado Disney en fomentar, pero sobre todo nos invita a reinventar nuestra imaginación a través de una propuesta cálida que nos envuelve con un intenso abrazo, es una declaración que nos recuerda la importancia de creer en la magia, la importancia de creer en el otro.