Vuela vuela

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“The only thing exciting about 2002 is that it’s a palindrome.”

Crecer no es divertido, pasamos la mayor parte del tiempo quejándonos y deseando estar en otro lugar que no sea en el que estamos. La identidad todavía no se ha conformado (por más que creamos ser únicos) y eso provoca que estemos perdidos la mayor parte de esa etapa. No sabemos a ciencia cierta lo que queremos y sin duda la experimentación nos lleva a tomar las peores decisiones de nuestras vidas, pero lo que realmente apesta de crecer es que es temporal…y que nos damos cuenta de su belleza una vez que hemos terminado.

Prepárense para conocer a Christine (Saoirse Ronan) o mejor dicho a la autodenominada “Lady Bird”, una chica con grandes ambiciones para su futuro y con un profundo desdén por su presente, básicamente una adolescente cualquiera. Lady Bird quiere huir de Sacramento y huir a Nueva York o a Connecticut o a New Hampshire, donde vive la cultura, pero todo su entorno no hace más que detenerla (como a cualquier adolescente). Su madre, Marion, (Laurie Metcalf) parecería su principal enemiga, quien (ante sus ojos) no se cansa de hacerle ver que algunos sueños solamente son eso, sueños y como sueños deben permanecer.

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Hasta ahora Lady Bird puede parecer una básica coming of age, pero las apariencias engañan y cualquiera que se encentre familiarizado con el trabajo de Greta Gerwig sabrá que no hay frente a nosotros otra película convencional. El debut cinematográfico como directora y guionista (en solitario) de Gerwig es un emocionante viaje a través del tiempo y de las desventajas que suponen el crecer del lado equivocado de las vías.

Durante un año escolar (en una escuela católica) seremos testigos de la vida de Lady Bird y de todas aquellas personas y momentos que se encargan de formarla con cada decisión y paso que toma, desde la primera toma sabemos que será un intenso viaje en el que muy seguramente aprenderemos a volar.

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Lady Bird sorprende por ser una cinta llena de vitalidad que nos habla de una manera sumamente personal, cada uno de los personajes que desfilan por los fotogramas son únicos y trascendentales, Gerwig le otorga a las relaciones (duradera y casuales, fortuitas y desagradables) la importancia que estas tienen en nuestra vida, tal vez en ese momento no lo podemos apreciar, pero son esas pequeñas cosas, las diminutas conexiones las que nos forman y se integran a nuestra historia, ya sea una noche a lado de tu mejor amiga haciendo (se) sentir como si nada más importará en el mundo, el nombre de aquel primer amor tatuado en la habitación, la primera experiencia sexual y el más cálido abrazo de una madre.

Al ser una cinta de momentos, los personajes secundarios de Lady Bird debían ser únicos y el cast que les da vida se entrega en carne propia a ellos. El Padre Levitach (Stepehen McKinley haciendo mucho más de lo que se le reconoce) o Larry (Tracy Letts) logran quedarse en nuestra memoria gracias a la complejidad que los rodea y que los hace únicos. De igual forma el cast juvenil brilla haciéndonos sentir alegría, rabia y hasta impotencia, todos hemos tenidos una amiga como Julie (Beanie Feldstein) o hemos caído en el terrible enamoramiento de alguien tan aparentemente malo como Kyle (Timothée Chalamet).

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Laurie Metcalf nos regala a una de las mejores madres que hemos visto en pantalla y es su actuación la que nos hace contemplar todo el panorama que supone Lady Bird. Lucas Hedges y Timothée Chalamet son simplemente perfectos en sus papeles como intereses amorosos de la protagonista, cada uno a su manera, cada uno con su encanto, es un verdadero deleite verlos interactuar con Ronan en cada escena, son la nueva generación de actores

Saoirse Ronan ha demostrado ser una de las actrices más prometedoras de su generación y con Lady Bird lleva su talento a un nuevo nivel, si creíamos que la sutilidad y naturalidad con la que abordaba personajes en crecimiento había alcanzado un punto cumbre en Brooklyn estábamos muy equivocados, pues su dupla con Gerwig ataca directamente a los sentimientos y a las más profundas emociones.

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La historia de Lady Bird podría parecer muy contada, sin embargo, es la forma en la que Gerwig la aborda lo que hace a su cinta tan especial, la intimidad que genera con el espectador es soberbia, no es la típica coming of age movie ya que la directora le añade un discurso sumamente maduro en distintos momentos que la convierten en una cinta por demás redonda. Los trabajos en colaboración de Gerwig con Noah Baumbach son sin duda lo mejor del director y ahora que la musa se separa del artista descubrimos que es ella la que convertía en magia sus trabajos con el autor.

Lady Bird es un recuerdo de los días más felices de nuestras vidas, mismos que nunca supimos valoraríamos tanto hasta que han concluido, es hasta que volteamos la mirada sonreímos al ver el pasado que comprendemos el porqué de nuestro futuro, entendemos la forma en la que aprendimos a volar y a sentirnos orgullosos de ella.