“People may say I couldn’t sing, but no one can ever say I didn’t sing.”
Todos amamos una historia de superación, una en la que el talento y la perseverancia de una persona en alguna actividad lo hayan llevado a alcanzar sus metas, pero ¿qué pasa cuando todas las ganas no son suficientes para lograr los sueños? ¿Qué pasa cuando por más esfuerzos que se hagan el fracaso es inminente?
Florence Foster Jenkins es conocida como la peor cantante de la historia, el sueño de la mujer era cantar ópera y deleitar a las masas con su sublime voz, desafortunadamente su herramienta de trabajo no era lo suficientemente buena, lo que ocasionaba que en sus múltiples presentaciones los asistentes se burlaran de ella (aunque Florence no lo supiera en el momento). Foster Jenkins se encargó de difundir la cultura en Nueva York y su labor es ampliamente reconocida, sin embargo nunca tuvo el talento que tanto admiraba e idolatraba.
Stephen Frears dirige Florence Foster Jenkins, cinta basada en los últimos años de la peculiar cantante. La primer secuencia nos presenta al mundo de Jenkins (Meryl Streep), la mujer hace una aparición en un espectáculo para un círculo pequeño de amigos cercanos, que claramente la adoran o son demasiado viejos para comprender/escuchar lo que sucede, el show es presentado por St. Clair Bayfield (Hugh Grant), quien es también el devoto esposo de Foster Jenkins.
Cuando Florence decide que es buena idea volver a cantar en vivo, St. Clair se encarga de conseguir al mejor maestro de canto (que convenientemente estará lejos en todas las presentaciones de su alumna) y a un nuevo pianista que la acompañe, el novato Cosme McMoon (Simon Helberg), quien se convertirá en amigo y confidente de la pareja.
A medida que nos involucramos con los personajes conocemos más de la protagonista y de los males que la aquejan, mismos que la han determinado a lo largo de su vida. La sífilis de Florence no le ha impedido hacer de su vida una celebración y a pesar de los cansancios y cuidados que debe de tener ha sabido salir adelante, siempre junto a su eterno St. Clair.
Frears destaca los puntos bajos de la vida de su protagonista más no se sumerge de lleno en ellos, en su lugar conoceremos el más grande anhelo de Florence: cantar en Carnegie Hall. Su sueño es su motor y la impulsa para seguir adelante, nunca toma en cuenta las consecuencias de sus actos, pues tal vez no es consciente de las magnitudes que pueden alcanzar sus acciones ya que siempre ha sido protegida del ridículo por su esposo, quien compra a la prensa e invita solamente a aquellos capaces de apreciar el “buen arte”.
El director dota de humanidad la historia y aleja a Florence de una caricaturización. Lo que vemos en pantalla es sin duda gracioso por momentos, pero siempre tendrá elementos que alcancen nuestro lado más empático y eso es gracias al talento de Frears. Corre de manera paralela un sentimiento de pena, pues desde el comienzo sabemos que la vida de la mujer a la que seguimos ha sido una mentira; siempre quiso dar un gran espectáculo y al final lo dio, pero no como ella esperaba.
Meryl Streep se adueña por completo de su personaje y la experiencia de la actriz es evidente en cada escena, Streep camina con Florence construyendo el gran final que les espera, la actriz destaca siempre que se encuentra en la pantalla, particularmente en las últimas secuencias de Florence Foster Jenkins. Hugh Grant da la que, posiblemente seguramente, es la mejor actuación de su carrera, Grant es el único capaz de encarnar la dualidad de St. Clair, su interpretación desborda ternura, Grant es verdaderamente encantador. Simon Helberg sorprende robando cámara con un personaje que, a pesar de su poco tiempo al frente del metraje, logra evolucionar y engancharnos con su esencia.
Florence Foster Jenkins se engalana cono el fabuloso diseño de producción, digno del icónico personaje al que representan. Streep viste siempre con elaborados vestidos que acompañan excelentemente a la personalidad de Jenkins, de igual forma el maquillaje es inmaculado. Todos los elementos se complementan y sirven en razón de su protagonista que brilla con cada nota que da.
Frears compone un relato humano e íntimo y logra articular una cinta así gracias a la forma en la que se aproximó a su historia, para él su protagonista no es ninguna burla, sino todo lo contrario y eso le permite alcanzar nuevas dimensiones al relato. Se nos anunciaba que Foster Jenkins era la peor cantante del mundo, y vaya que es mala, pero por algún motivo no podemos dejar de verla (o escucharla), su compromiso y fidelidad a su esencia la han convertido en un ícono inmortal que hoy, gracias a Frears, no es más una mala broma.