“What if I forget you? Would you ever forget me?”
En 2003 Pixar se consolidaba como una de las casa productoras de animación digital más importantes e influyentes de la cinematografía mundial. Su cinta Finding Nemo lograba, con un bajo presupuesto para el tamaño de la producción en cuestión, adentrarnos en las profundas aguas del océano junto a un par de peces que realizaban una desenfrenada búsqueda para encontrar al hijo de uno de ellos.
16 años después los personajes que nos habían cautivado vuelven para una aventura que se lleva a cabo solamente un año después de que Marlin hubiera encontrado a Nemo. En esta ocasión la situación se invierte, Dory ha recordado que tiene familia (pues hay cosas fundamentales que uno simplemente no puede olvidar) y ahora es ella quien buscará entre algas y corrientes a sus padres.
El estudio que se distinguió años atrás por su inmensa creatividad vuelve a realizar una segunda parte, pero ahora el resultado no es catastrófico como con la película de los automóviles, sino que se asemeja al realizado con la saga de Toy Story. Finding Dory no nos hace volver a tener un panorama optimista sobre las secuelas, pero su inclusión en el universo Pixar es inteligente y dinámica.
Finding Dory nos llevará muy al estilo Memento, en una divertida aventura de una hija intentando encontrar a sus padres mientras busca en lo recóndito de su memoria algo que le ayude a encontrar la esperanza de que en algún lugar alguien también la está buscando a ella.
Andrew Stanton vuelve a la animación, lugar que nunca debió dejar, para regalarnos una épica acuática. Los distintos peces y criaturas marinas que nos enamoraron en 2003 regresan para hacer pequeñas apariciones, pero es gracias a todo un nuevo roster de personajes que la cinta toma fuerza y se hace refrescante. Stanton conoce a la perfección la historia que cuenta y hasta qué puntos nos quiere llevar con ella, razón por la cual nunca pierde perspectiva y el ritmo de la película nunca pierde sentido.
Hacer que un personaje secundario, por más fabuloso que sea, tome la batuta en un nuevo proyecto es difícil, pero si algún pez podía lograrlo con creces era Dory. El primer acto de la película nos contará, a través de una serie de flashbacks la historia de la protagonista, su infancia (en la que era un pequeño ser que tenía más ojos que cuerpo y que peca de ser inmensamente adorable) hasta el momento en el que se enfrenta al enorme mar en solitario sin saber muy bien qué perdió, qué busca o qué hace ahí. La voz de Ellen DeGeneres vuelve a ser fundamental para la cohesión del personaje.
Como se mencionó anteriormente la inclusión de nuevos animales marinos es tremendamente genial. Destaca la presencia de Hank, un pulpo con pinta de villano que acompañará a Dory en la movida segunda mitad de la cinta. Pero hay más personajes que se roban las miradas, como Destiny un tiburón ballena que tiene problemas de vista o Becky, un ave que se roba las risas y las miradas sin decir una sola palabra, basta con ver fijamente uno de sus ojos para comprender totalmente su encantadora locura.
Viejos y nuevos amigos se unen en un clímax estupendo, Dory encabeza una acelerada persecución y todo lo que ha hecho hasta ese momento le será de ayuda para la resolución de un conflicto que rebasa sus capacidades. La calma, los cortes a los implicados, la cámara lenta y la apacible voz de Louis Armstrong cantando What a Wonderful World constituyen una de las mejores secuencias de lo que va del año.
Dory que olvida todo fácilmente nos ayuda a recordar que el inmenso mar puede ser un lugar aterrador y solitario (como el mundo de hoy), pero siempre habrá alguien dispuesto a ofrecer una sonrisa amable, dispuesto a ayudar. Todos hemos estado perdidos o hemos perdido algo en algún momento, Finding Dory nos invita seguir nadando y buscando ese lugar que llamamos hogar, pero más que otra cosa es un recordatorio a no olvidar esos pequeños detalles, como el de disfrutar la vista junto a alguien que quieres.