“Where do I belong?”
La infancia será por siempre ese lugar sagrado al que volvemos cundo la nostalgia nos invade, reflejarnos en personajes de niños, así como empatizar y ser conmovidos por ellos es todo un arte, aunque parezca simple, es necesario tocar las fibras correctas que hagan que la emoción y el recuerdo fluyan de manera natural y nos entreguemos a la experiencia.
Uno de los cineastas más talentosos y elegantes en activo es Todd Haynes y decide brindarnos su acercamiento a la niñez a través de la obra de Brian Selznick en su más reciente cinta Wonderstruck.
La cinta se encuentra dividida en dos momentos temporales distintos, el primero en 1920 y el segundo en 1970, ambos se desarrollan en su mayoría en Nueva York. Se puede argumentar que los 70s son la línea narrativa principal, por lo que comenzaremos con ella. Al morir su madre, Ben (Oakes Fegley) (quien ha quedado sordo recientemente) decide ir en busca de su padre, de quien no sabe absolutamente nada, siguiendo vagas pistas que lo llevarán a la ciudad de la gran manzana. Paralelamente, pero 50 años antes, Rose (Millicent Simmonds), una niña sordomuda, huye de su hogar para encontrar a una famosa actriz en…lo adivinaron Nueva York.
Las historias comparten más en común de lo que a simple vista aparentan y Haynes nos las cuenta al mismo tiempo, saltando de una a otra, muchas veces sin razón aparente, pero cuando conectamos los puntos descubrimos una figura mucho más grande que dota de sentido al relato y a su estructura.
Como todas las películas de Todd Haynes, su equipo cinematográfico, trabaja sobre un mismo concepto bien definido por el director y ofrecen resultados deslumbrantes. Sandy Powell vuelve a crear vestuarios únicos que se complementan con el hermoso y deslumbrante diseño de producción que realiza Mark Friedberg, las épocas se encuentran perfectamente definidas por los elementos que vemos en pantalla, el reloj se detiene y nos lleva a otros tiempos gracias a estos maestros de su arte.
Ed Lachman captura con su cámara asombrosos colores y que se desvanecen poco a poco hasta dejarnos en el más delicado blanco y negro cuando las líneas narrativas cambian, las imágenes simplemente nos dejan maravillados.
El elemento que más resalta en esta hermosa mezcla es la banda sonora, compuesta por Carter Burwell, quien entrega uno de sus más selectos trabajos, pues al no tener palabras para llevar el relato es la música la encargada de hacernos vibrar con cada acorde y la responsable de evocar la nostalgia en nuestro ser y eventualmente llegar a conmovernos. Burwell no pierde oportunidad de crear tonalidades que viajan en nuestra memoria y engrandecen la inocencia que supone la infancia.
Wonderstruck nos muestra un gabinete de maravillas en cada cuadro, pero es su historia la que más logra cautivarnos. Haynes encuentra la emoción en las palabras de Selznick y las traduce de la forma más poética posible a un lenguaje que parece haber sido creado para ese relato: el cinematográfico.
La cinta engrandece los pequeños momentos que conforman una aventura, los que hacen que nuestros recuerdos tengan vitalidad sin saberlo en el momento que los vivimos, por lo que no es de extrañarse que los escenarios principales sean museos y maquetas a escala. La misma figura de niño que se nos presenta parece tan cercana y lejana a la infancia que topamos en las calles, encontramos una añoranza en todos los sentidos de la palabra, una que vive perpetuamente en la exhibición de la memoria de un gabinete de maravillas.
Julianne Moore tiene un pequeño, pero crucial papel en Wonderstruck y la cinta se beneficia del potencial y habilidad de la actriz para conseguir algunas de las secuencias más emotivas del relato. Los dos niños protagonistas logran una interpretación convincente, siendo la primeriza Millicent Simmonds quien más sorprende.
Wonderstruck es una cinta única que hace que las palabras sobren cuando el recuerdo habla y la música toma las riendas de un carruaje en un viaje a través del tiempo. La necesidad de reconocerse como persona, la inocencia y la añoranza obtienen un trato sinigual en las manos de Haynes a quien le es fácil dejarnos maravillados.