Por: Mariana Martínez
Algunos años después de la muerte de su esposa, la fotógrafa de guerra Isabelle Reed (Isabelle Huppert), Gene (Gabriel Byrne), un ex actor y ahora profesor de preparatoria, intenta reconstruir los lazos con sus dos hijos: Conrad (Devin Druid), un inestable adolescente y Jonah (Jesse Eisenberg), un padre primerizo y adúltero.
La convivencia forzada de los tres hombres -con el pretexto de la organización de una muestra retrospectiva del trabajo de Isabelle- desatará una serie de incómodos re-encuentros consigo mismos a la vez que dará lugar a la búsqueda de Gene, Conrad y Jonah por aquello que los une y las maneras en que las distintas facetas de su madre, amiga y esposa dejaron una impronta en sus vidas.
Lo anterior es la premisa bajo la cual los inseparables Joachim Trier (director), Eskil Vogt (guionista) y Jakob Ihre (director de fotografía), instrumentan -en su primer largometraje de habla inglesa- una compleja narrativa acerca de la familia y sobre todo, de aquello que implica la pérdida de un ser querido, sin por ello establecer juicios morales al respecto.
Según Gastón Bachelard sólo podemos comprender el pasado a partir de la revisión del presente, de la vuelta a los actos de la conciencia; de ahí que, a partir de las rupturas de la linealidad temporal en Louder Than Bombs (2015), y de la reconfiguración visual y espacial llevada a cabo por un montaje de corte limpio, que fragmenta todo el flujo narrativo, se cuestione la manera en que cada uno de los integrantes de la familia de Isabelle entiende su muerte y, sobre todo, la manera en que ésta se condujo mientras vivió, marcándolos de diferentes maneras.
Parece ser que el hecho de mostrar las múltiples posibilidades de las que es capaz el medio fílmico será lo que defina la obra de Trier, pues la estructura laberíntica de Louder than Bombs deviene tanto la formalización de la búsqueda –fallida- en el pasado, en la memoria y en los recuerdos de sus protagonistas por una madre y una esposa amorosa, como el intento de explicarse aquellas huellas que quedan en el presente y poder, de esta manera, seguir adelante.
Siguiendo el mismo estilo fragmentario y confuso que caracterizó a las dos películas anteriores dirigidas por Trier, Reprise (2006) y Oslo, 31de agosto (2011), cuyos guiones también estuvieron a cargo de Eskil Vogt y cuya fotografía fue realizada por Jakob Ihre, Louder than Bombs es una gran lección sobre la discontinuidad de la vida y de los acontecimientos que constituyen nuestro presente.
El carácter indiscernible de la ensoñación y la realidad que opera junto con la puesta en evidencia del carácter ficcional de la memoria y los recuerdos, característica del cine del director noruego, y que es dado por la yuxtaposición en los fragmentos –que se conjugan con una serie de imágenes dispersas, componiendo una extraña suerte de archivo de recuerdos- que construyen el filme entero de varios tiempos otros que se suceden en una especie de ir y venir errante, es el hilo conductor de toda la narración.
Un ejemplo de lo anterior son aquellas secuencias, magistralmente actuadas y fotografiadas que, debido a que están cargadas de afecto, hacen que la película avance lentamente, pero que, sin embargo, su ausencia significaría un vacío de sentido irremediable dentro de la compleja estructura narrativa de la película (que, por cierto, lleva el mismo nombre de un álbum de The Smiths, editado en 1987), pues es en ellas en donde se resuelve la mayor parte del dramatismo que impregna a la compleja relación familiar que la muerte de Isabelle dejó tras de sí: un esposo herido y un par de hijos que deben re-encontrarse y asimilar el nuevo rumbo que sus vidas han tomado.
La inserción de dichas escenas en las que la banda sonora se despega de lo meramente visual mediante encuadres muy cerrados y cuyo enfoque selectivo pasa de un personaje al otro –quienes normalmente deambulan por los espacios en los que tiene lugar el filme- actúa como un catalizador de la potencia afectiva que el silencio y los tiempos vacíos poseen dentro del cine de Joachim Trier.
Lo anterior, aunado a la precisa intervención de una caprichosa pero cuidada banda sonora (Beck, Sylvester y la música instrumental de Ola Fløttum, por ejemplo) y unos efectos de sonido muy bien elaborados, hacen de Louder than bombs una experiencia fílmica, filosófica y estética necesaria para reflexionar acerca de la importancia de aquellos seres que nos rodean y que han dejado una marca, para bien o para mal, en nuestras vidas.