Por: Mariana Martínez
En nuestra época la memoria se ha convertido en el lugar privilegiado desde el cual toman forma las identidades colectivas y las subjetividades. Éstas se configuran a través de una conflictiva relación, en forma de aquello que escapa al olvido, con el pasado. He ahí la importancia del testimonio y la traducción de la experiencia del testigo en una serie de documentos que dan forma a la(s) historia(s).
En Rey (2017), el más reciente experimento visual del multifacético realizador chileno-estadounidense Niles Atallah (Lucía, 2010), esos testimonios e historias múltiples configuran un intrincado laberinto desde el cual se nos invita a cuestionar el carácter sacro de la historia oficial. Este filme, ganador del Premio del Jurado en el Festival de Rotterdam así como del Premio del Público en la última edición de FICUNAM y cuya realización duró aproximadamente siete años, relata la historia de Orllie-Antoine de Tounens (1825- 1878), un extravagante abogado proveniente de la campiña francesa, autroproclamado el rey de la Araucanía y la Patagonia.
Tounens, interpretado magistralmente por el argentino Rodrigo Lisboa(Verano, 2011), cuya formación masónica se denota a lo largo del filme a través de diversos simbolismos, desembarcó en la costa chilena de Valdivia en 1860, aproximadamente, con el propósito de unficiar a las tribus mapuche para resistir al ejército Chileno durante el final de la Guerra de Arauco.
La anacronía es quizá el síntoma representativo de Rey, pues el choque de diversas temporalidades que explotan e incendian la imagen hasta convertirla en brasas, está presente en cada uno de sus fotogramas. En esta película no sólo se explora el papel de los fragmentos y las omisiones a través de los cuales se compone la historia, sino que opera una reflexión más profunda sobre el tiempo y sobre la temporalidad, pero también sobre las maneras en que el olvido permite la (des) inscripción de algunos personajes en las historias de los ganadores.
Acompañada por la excelente y alucinante –literalmente hablando- fotografía de Benjamín Echazarreta (La vida sexual de las plantas, 2015; La hermana de Mozart, 2010; Gloria, 2013), Rey problematiza el papel del testigo y el testimonio en la construcción del relato histórico. Así pues, se nos presenta un argumento en fragmentos, cuya tendencia a desdibujarse hace imposible que reconstruyamos el rompecabezas.
Cabe destacar que algunas de las secuencias que componen Rey, fueron filmadas durante el 2011 en formatos de 8, 16 y 35 mm y, posteriormente dicho metraje fue enterrado en el jardín de la casa del director, de ahí la peculiar estética del filme en cuestión; opera en él una visualidad muy cercana al trabajo de Guy Maddin (The Forbidden Room, 2015) y que quizá le merezca un puesto de honor junto al también chileno Pablo Larraín (Neruda, 2016; El Club, 2015; No, 2012), otro gran relator del oscuro pasado Chileno.
Finalmente, el interesante resultado de dicho experimento (es decir el carácter desgastado y deteriorado de la materialidad fílmica), pone en imagen la incompletud de las memorias de Orllie-Antoine de Tounens –al tiempo que muestra la decadencia mental de dicho personaje-, de quien poco se sabe hoy en día, y cuyas alucinaciones (hombres con cabeza de caballo, montañas que hablan, etc.) se convierten en imágenes del afecto que, aunadas a la teatralización, mediante el despliegue en un escenario claroscuro de ciertos elementos narrativos como todo el proceso de juicio al que el abogado francés es sometido por parte de un jurado enmascarado, nos llevan a preguntarnos por la fiabilidad del testimonio y, por lo tanto, del relato histórico y las verdades que se pretenden absolutas.