“Disney no respeta los cuentos.”
La familia siempre es compleja y única, no a todos les encanta pasar tiempo con aquellos que comparten sangre pues saben a lo que se atienen. Las reuniones familiares en las que se juntan todos sus integrantes siempre son un espectáculo particular que no tiene, en muchas ocasiones, el mejor desenlace; por eso muchos evitan la fatiga y se ahorran de problemas al evitarlas a toda costa.
Uno de los máximos exponentes de la nueva ola del cine rumano, Cristi Puiu, presenta su nueva cinta Sieranevada que tiene una modesta duración de 173 minutos y se desarrolla casi en su totalidad en un pequeño apartamento, razones que pueden alejar al espectador, pero aquellos valientes que decidan entrar a la sala tendrán una experiencia única de 3 horas que no será del todo ajena.
Sieranevada comienza con un embotellamiento en una pequeña calle de Bucarest causado por un auto que se quedó parado en doble fila, un camión de DHL toca el claxon desesperado, tras unos minutos el dueño, Lary (Mimi Branescu), aparece y mueve su auto. La cámara permanece inmóvil en su sitio viendo la calle mientras la familia del conductor sale de nuevo y tras otro minuto la esposa de Lary sube al auto. El momento que parece insignificante dicta el ritmo que tendrá la cinta y al mismo tiempo nos invita a prestar a atención desde el punto de vista que se nos otorga.
Tras un viaje por la ciudad en el que la pareja discute sin cesar sobre trivialidades llegamos al meollo del asunto, nos internamos en un pequeño apartamento en el que se llevará a cabo el funeral de Emil, padre de Lary, 40 días después de su fallecimiento y que se realizará con las costumbres y tradiciones que su madre considera importantes, entre ellas destaca que nadie puede comer hasta que el “clérigo” haya oficiado el servicio y una serie de cuestiones más.
Al deambular por las pequeñas habitaciones la sensación de claustrofobia aparece, más de una decena de personas desfilan de un lado a otro hablando o gritando sin cesar, es una genuina reunión familiar a la que hemos sido invitados y adoptamos una perspectiva que se siente como invasora de la privacidad de los anfitriones.
Cristi Puiu demanda que el espectador tenga paciencia y preste atención a la infinidad de elementos y discursos que se dicen en la reunión que nos presenta, los cuales deben ser atendidos con precisión para no perder el hilo de la narrativa, o para entender los conflictos que viven los asistentes, o tal vez para saber siquiera el parentesco que comparten.
Parece que los participantes están condenados a pasar hambre pues la comida se ve más lejana con cada minuto que pasa y les juro que la sensación de hambre es compartida, pues nos hemos convertido en un invitado más (tal vez el principal) en una reunión que se encuentra en picada desde el momento en que llegamos siempre puede ocurrir algo peor, algo más absurdo que lo anterior.
La perspectiva de la cámara es fundamental en Sieranevada, nunca ofrece una posición en la que nos permita juzgar lo que pasa, siempre parece estar mal ubicada dejando un sesgo en el panorama, nunca obtenemos la imagen completa, la cámara es consciente y nos hace conscientes de nuestro alrededor, nos sumerge en la trepidante e impredecible dinámica de la familia a la que ahora pertenecemos.
Como espectadores tenemos la labor de observar y analizar los discursos, mismos que se vuelven íntimos y reveladores en la última hora de la cinta en la que los secretos quedan expuestos y las heridas que parecían nunca haber existido comienzan a sangrar pues nunca tuvieron la oportunidad de sanar realmente.
Sieranevada expone a sus personajes, deja a la intemperie la dinámica familiar con todos sus altibajos, es una radiografía de las tradiciones y la forma en que opera un grupo de personas que comparten sangre y apellido. El ejercicio nos deja claro que la convivencia siempre será complicada, pero los lazos y vínculos que compartimos valen cada pelea y disgusto, a pesar de todo lo que pueda pasar lo único que podemos exclamar al final es ¡Qué bonita familia!