“I love you. I know I have a different way of showing it. But I love you.”
El erotismo y la sensualidad son temas de los que hablamos en voz baja. La sexualidad se ha cimentado como un tema que genera morbo a pesar de ser uno de los actos más naturales que existen, tal vez esto se deba a las múltiples formas de manifestar, sentir, gozar y vivir el eros que tanto nos caracteriza.
The Duke of Burgundy, dirigida por Peter Strickland, nos lleva a conocer las pasiones más puras y desenfrenadas que un par de mujeres viven en su peculiar relación. La pantalla se viste de cuero y con botas puntiagudas preparándose para sacudir nuestros sentidos mientras averiguamos si es posible encontrar verdadero amor más allá del deseo carnal.
En un campo, donde el verde es el principal protagonista junto con todos los pequeños insectos que en el habitan, encontramos a Evelyn (Chiara D´Anna), una joven de mirada dulce e inocente que se dirige a su trabajo (limpiar la casa de otra mujer), ya en su destino Cynthia (Sidse Babett Knudsen), una mujer (mayor que Evelyn) con rostro severo, le anuncia que llega tarde. La interacción de dominación-sumisión es latente desde el primer encuentro que atestiguamos y marcará la pauta de todas las imágenes que se nos presentarán a lo largo de la cinta. Pronto descubriremos que lo que hemos visto se trata de un juego de roles entre de las mujeres que en realidad son pareja.
Peter Strickland nos lleva a un mundo en que los hombres no existen (literalmente), el reparto se conforma exclusivamente de mujeres y presumiblemente varias de las habitantes de la pequeña comunidad campirana comparten las mismas inclinaciones y deseos sexuales de Evelyn y Cynthia.
A lo largo del filme iremos conociendo las rutinas, miedos y deseos de la pareja, mismos que las llenan de dudas y complejos por momentos. Lo que veremos parece un sueño pintado a mano, cada detalle de producción se ha cuidado y mostrado con la función de conocer a las mujeres en su relación y de manera individual, todo de una manera sutil y grácil que funciona, no solamente gracias a la historia, sino a la manera en que es contada.
La elegancia de la cinta se plasma en cada fotograma y se recalca con cada sonido que la naturaleza le regala. A pesar de ser una película que ahonda en las profundas aguas del eros no hay un solo desnudo, tampoco ninguna secuencia de sexo entre las protagonistas, sin embargo el erotismo está más presente que nunca. A aquel que haya dicho que sin tetas no hay paraíso se le demostró todo lo contrario.
No todo es perfecto en los sueños y The Duke of Burgundy no podía ser la excepción. Encontrar en otra persona la oportunidad de compartir nuestros más profundos deseos y fantasías suena a algo ideal, pero el recuerdo y la experiencia dictan que no hay imperfección más grande en el mundo que las relaciones humanas y que para que éstas funcionen son necesarias una serie de renuncias y acuerdos entre los implicados. La traición, la desconfianza y la superficialidad reinan a la par que la belleza y el placer en la utopía que parece quemarse ante nuestros ojos. El hastío, el eterno déjà vu, es lo que atrapa a Cynthia y a Evelyn en lo cotidiano, ojalá el juego pudiera ser como el eterno aleteo de las mariposas.
La naturaleza muerta ronda en el campo, el crujir de las hojas y el zumbido de las polillas se han comenzado a perder con la llegada del invierno. El verde se torna amarillo, mientras el maquillaje abandona la cara y los encajes se guardan en un baúl, un baúl que ya no está en la habitación. Es tiempo de abrir los ojos, el sueño ha terminado.